martes, 17 de marzo de 2009

viernes, 13 de marzo de 2009

Seminario Seminal

60 rayitas, 12 números, 2 agujas, y un reloj redondo no es capaz de fabricar la hora. Pasas lento, tiempo, esta tarde pasas lento. Una nube se contagia la redondez parsimoniosa y mi mandarina mecánica chinamente se desgaja. 

Al que quiera celeste, que le cueste, que no es todo color de rosa. Que los ciegos no me griten, pero creo que la vida no es cromáticamente justa. Invítame a subir al coche amarillo de tus nervios, que este tedio tedioso viaja sin radio ni remedios. 

¡Qué vivan el Senado, los Cónsules y las Asambleas Populares! Políticamente-hablando-tan-políticamente-correctos. Estamos en el mismo bando, sólo nos separan tres bancas. Yo voto porque los ecologistas olviden a las ballenas y salven más sirenas. Y un ruido de mujer con cola de pez me alerta de tu peligro...

La misma tinta azul de siempre y mis palabras dibujan hojas durmiendo su verdor en frescas-fresas rojas-rosas. Tengo un antojo de amor azul-marino. Mamá me mima. Papá come pipas. Susana amasa la masa. No me mientan, que yo no se quién es Susana.

De repente, me deja estática un estoico. Estoy-con. Estoy-contigo. Mi bien, tu bien, y la desnuda consideración del bien en sí mismo. Hoy no me importa el del prójimo y no es egoísta mi egoísmo. 

Sálvame María, llena eres de gracia, y verás como te beso, que yo no rezo. Por orden del Dios viviente, que nadie es tan ateo. Nos creemos todo como si nada. Hazme caso y nada al cuadrado que el mar también es redondo. 

Tengo una amiga que se toma su tiempo con mucho hielo. Al mío le sobra cafeína, al tuyo le falta media cucharadita de azúcar. ¿Nos tomamos un Cice-ron con Coca-ColaSorry, but I can’t, Kant!


lunes, 9 de marzo de 2009

sábado, 7 de marzo de 2009

Esta duda de pelos sueltos que yo tengo. O una visión arqueológica de mi vida.

Debo confesar que tuve una semana un poco extraña. Y aunque me niego a los adjetivos relacionados a un statu quo preestablecido, me animo a decir que estos fueron unos días muy inestables. Creo que el hecho de haber sido víctima de tres inviernos seguidos ha desarrollado en mí una extraña capacidad de mimetizarme con el clima. Esta vez, el anticiclón vendió el anti y se compro un coche. Y el auto-ciclón me mareó. 
En fín, tuve unas mañanas sin poder encontrarme y varias tardes rodeada de arqueólogos. La combinación ha sido explosiva. Hoy pretendo detonarla. Fueron días en que los mosaicos corrían a través del mapa de la vía de la plata y el infinito en mi mano se peleaba con no se qué pieza única de un supuesto y anterior aleph fenicio. Las cañas pasaban entre un jarrón de Écija y anecdóticas excavaciones en Roma. Y por mi cabeza, una vespa amarilla. Entonces no pude evitar plantearme una y otra vez la misma pregunta. Aunque, para ser sincera, nunca hubo una pregunta concreta. Porque la duda lasciva siempre aparece, incluso a la hora de calibrar el arma para matarla. La intuición de la duda… ¿y por qué no se va usted a la mierda, mi queridísima señora?
Escuchaba de reojo la defensa de una arqueología que indaga las sociedades a través de sus restos materiales sin perder de vista ni a la sociología ni a la psicología culturales. Y escuché frases tan triviales como “el que busca, encuentra”. Entonces me puse a pensar en el hecho mismo de buscar y en las connotaciones tan perversas de un verbo tan afable. Se busca lo que se perdió, lo que una vez fue y desapareció. Estuvo aquí, ahí o allá pero ya no está… De repente, me vino a la mente la voz consejera de una buena amiga, diciéndome que busque a la niña y la mime, pero que no la consienta... 

Vaya para mi nena todo mi amor desbordado. 
Pero no te excedas, pequeña… 
Y entonces se escondió debajo de la mesa. 
Allí abajo está oscuro y se hace la muerta. 
Puedo ver cómo mueve las piernas. 
Voy a buscarte. No me tardo. 
¿Me esperas?

Entonces, y ante la inexorabilidad de la búsqueda, consideré conveniente la idea de buscarme arqueológicamente. Hay que darle su espacio a la materia. El problema es que no tengo conmigo demasiados restos materiales de mi pasado. Llevo casi tres años de exilio voluntario con la sensación de que el tiempo pasa fuera de mi. Hay un presente de chicle tutti-fruti que asoma por los costados de mi boca. Lo veo, lo toco, lo mastico, lo saboreo, lo guardo, lo revivo y no lo escupo ni lo trago. A veces se vuelve insípido. Pero se estira. ¡Y es rosa! 
Y así voy por mi calle haciendo globos cada vez más grandes. Alami me dice que un día me los va a pinchar… Le digo que no sea malo, que me voy a enojar... Ya me pincharon otros globos de otros chicles menos estirados. Por un momento pienso en que seguro me tragué algunos, y ahora me pregunto si los habré cagado o andarán por ahí pegados haciéndome doler la panza de vez en cuando. 
En fin, lo que guardo de mi antes no es suficiente para construir la arqueología de mis días. Solo tengo unas pocas fotos producto de la etapa más analógica de mi padre. (Ya les explicaré en otro momento cuánto le ha costado al pobre pasar a un estado del ser más digitalizado). Sin embargo, creo haber encontrado algunas pistas... Un, dos, tres… y acá estoy yo.


Me metía donde no debía. 


Me sorprendía. 


No me creía lo que me decían. 


Era traviesa.


Tenía una duda. 


Papá me hacía reír. 

Entonces tenía la cara llena de barro y el pelo alborotado. Un, dos, tres… y acá estoy yo. Tengo los ojos llenos de carbón y los rulos alienados. Sigo metiéndome donde no debo. Todos los días me sorprendo. No creo en lo que me dicen. Mis travesuras me siguen pasando factura. Lo de ser un mar de dudas me va como a ninguna. No me aguanto la risa cuando te veo… Y mi nena sigue ahí, debajo de la mesa. Puede jugar a hacerse la muerta todo lo que quiera. Solo importa que yo vea que puede mover las piernas. 

Píntate la raya, mujer, que nos vamos de copas. Hoy estoy más linda, ¿no lo ves? Será que todas las búsquedas empiezan por un mapa o un cajón y terminan en un espejo… En ese en el que todas las mañanas le pongo fijador a esta duda de pelos sueltos que yo tengo…


jueves, 5 de marzo de 2009

Un té con Mallarmé


Hoy me puse a pensar sobre mi condición de escritora. Y digo condición con la misma rotundez con que Hannah Arendt habla de la condición humana afirmando que todo lo dado o hecho por el hombre se convierte en una condición de su propia existencia. Llevo años vomitando en un teclado ese hecho inexplicable de amar tanto las palabras hasta el punto de tener que escribirlas para que mi conciencia sueñe más tranquila y el intrépido subconsciente le desee irónicamente “dulces dueños”. Tengo la íntima seguridad de que escribir es mi signo, la puerta de entrada a un Mundo-A que me fue concedido por obra y gracia de alguna paloma bondadosa. Escribir es el modo en el que soy cuando estoy conmigo. Mi mini-nirvana personal. Mi palito-bombón-helado. 
Sin embargo, no necesito pagar 50 € a una argentina con gafas de acetato para que me diga que estoy sublimando. Además, hoy no pienso meterme en el laberinto psicoanalítico. Alguien sabe que por ese camino puedo toparme con el lobo. Y esta noche no quiero. Solo me voy a tomar un té con Mallarmé, a ver si me explica eso de que en el mundo todo existe para culminar en un libro. 

- Mire Ud. Mallarmé, yo escribo sólo cuando estoy enamorada. Pero el problema es que no paro desde que tenía 13 años...

- Entonces, existes sólo para el amor... ¿No te parece muy especiado el té?

- Es que el suyo lleva canela... y el mío, limón...


Tampoco me voy a engañar. Creo que nunca podré escribir un libro. Solo junto archivos desordenados y con títulos insospechados que no coinciden con los contenidos. Creo que mi sublimación tiene más que ver con la química que con las interpretaciones más kantianas. Sepan disculpar el poco vuelo, ya me gustaría a mí pasear por esos cielos. Pero Mallarmé me dejó pensando y derramé todo el té por mis cuatro esquinas. Así que no es difícil de entender que me urja una definición concreta de eso que supuestamente estoy haciendo en este momento. Y, como toda buena definición, esta viene del latín, afirmando sin temblores que –también conocida como volatilización- la sublimación es el proceso que consiste en el cambio de estado de la materia sólida al estado gaseoso sin pasar por el estado líquido. Considerando que todo adulto que se precie de tal anda por la vida escondiendo unos 5 litros de sangre, no suena ilógica mi nueva visión “química-no-quimérica” del arte.

En fin, volatilizo para no sangrar. O para no sangrar tanto.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Conversaciones


Son las 2.29 a.m. No me gusta el 2, pero a mi mamá siempre le gustó el 29. Cada vez que ve esa combinación numérica en algo, impresa en cualquier cosa, lo celebra internamente como si de una develación cabalística se tratara. El número de una dirección, un teléfono, la lotería y tantas otras cosas. Es más, me animo a esbozar que en su fuero interno, las pocas veces que le han patentado un coche, deseó profundamente que el dichoso número de la chapa terminara en 29. 
Volviendo al tema. Eran las 2.29 am. Ahora son ya las 2.35. Y como el número no me gusta, no voy a hacer ninguna aclaración al respecto. 2.36... bueno aquí si podría, el 6 es par, pero tiene su encanto... 
En fin, el tiempo pasa y yo acabo de advertir que no se durante cuántos números a.m. estuve mirando la teletienda. Y cuando ya casi me estaba convenciendo de que el Paint-Runner era la solución al problema titulado “no tengo un novio con brocha gorda que me pinte la habitación”, me pregunté por enésima vez por qué el patetismo siempre se apodera de mí tan fácilmente. 

(Y digo esto mientras un pelo mío que se ha caido molesta en mi teclado y me convenzo de que últimamente tengo el pelo más lindo).

La suerte está echada, pienso, mientras me tomo una infusión horrible que compré solo porque en la caja decía RELAX. Me faltan los conguitos, por cierto. Me-los-comí-todos-anoche, y luego hasta anduve buscando algunos de los que, al intentar abrir la bolsa, se desperdigaron por el suelo. Creo que es parte de mi patetismo la dificultad a la que me someten las cosas con abre-fácil y el hecho de nunca acertar la dirección del tire o del empuje de las puertas.
La noche está cerrada, pienso, mientras me ahogan unas submarinas ganas de hablarte. De cosas que vuelen y que aterricen sin querer en mi sofá. Quiero hablar de una palabra cualquiera, como "cuerda"... cuerda de atar; cuerda de ausencia de locura; cuerda de guitarra; cuerda como cerda pero con u y cuerda como curda pero con e... 
Pero cerró la suerte, se echó la noche. Otra vez los tacones de la madrugada. Subo el volúmen de la tv para no escucharla. Y ahí está la teletienda, fomentando las visitas extendidas con mágicos colchones inflables.
Y entre tanta propaganda mandona y cruel en el cartel, yo grito con mis diez dedos estas ocho ganas de hablarte que me asoman por los pies. Evocando sin mi boca tu imagen al otro lado del sofá. Y entonces te miro, tratando de adivinar si estás despierto o dormido. 

"Este no me escucha"; "este ya se cansó"; "si será cabrón". 

Y de pronto me lanzas un conguito, de la misma forma en que te hubiera gustado tirarle una tiza a la “seño” y no te animaste. 

Ahora se escucha una persiana que se baja. Me volteo y me hago la sorprendida porque ya no estás. Y entonces pienso que hubiera sido lindo sentir tu abrazo mientras se cerraba una ventana. Porque me gusta oir ese ruido todas las noches. Es como de invierno, de que todo termina pronto, aunque solo sea por un rato... 

Pero esta noche no te llamo. 
No soy tan patética. 
No.

martes, 3 de marzo de 2009