miércoles, 4 de marzo de 2009

Conversaciones


Son las 2.29 a.m. No me gusta el 2, pero a mi mamá siempre le gustó el 29. Cada vez que ve esa combinación numérica en algo, impresa en cualquier cosa, lo celebra internamente como si de una develación cabalística se tratara. El número de una dirección, un teléfono, la lotería y tantas otras cosas. Es más, me animo a esbozar que en su fuero interno, las pocas veces que le han patentado un coche, deseó profundamente que el dichoso número de la chapa terminara en 29. 
Volviendo al tema. Eran las 2.29 am. Ahora son ya las 2.35. Y como el número no me gusta, no voy a hacer ninguna aclaración al respecto. 2.36... bueno aquí si podría, el 6 es par, pero tiene su encanto... 
En fin, el tiempo pasa y yo acabo de advertir que no se durante cuántos números a.m. estuve mirando la teletienda. Y cuando ya casi me estaba convenciendo de que el Paint-Runner era la solución al problema titulado “no tengo un novio con brocha gorda que me pinte la habitación”, me pregunté por enésima vez por qué el patetismo siempre se apodera de mí tan fácilmente. 

(Y digo esto mientras un pelo mío que se ha caido molesta en mi teclado y me convenzo de que últimamente tengo el pelo más lindo).

La suerte está echada, pienso, mientras me tomo una infusión horrible que compré solo porque en la caja decía RELAX. Me faltan los conguitos, por cierto. Me-los-comí-todos-anoche, y luego hasta anduve buscando algunos de los que, al intentar abrir la bolsa, se desperdigaron por el suelo. Creo que es parte de mi patetismo la dificultad a la que me someten las cosas con abre-fácil y el hecho de nunca acertar la dirección del tire o del empuje de las puertas.
La noche está cerrada, pienso, mientras me ahogan unas submarinas ganas de hablarte. De cosas que vuelen y que aterricen sin querer en mi sofá. Quiero hablar de una palabra cualquiera, como "cuerda"... cuerda de atar; cuerda de ausencia de locura; cuerda de guitarra; cuerda como cerda pero con u y cuerda como curda pero con e... 
Pero cerró la suerte, se echó la noche. Otra vez los tacones de la madrugada. Subo el volúmen de la tv para no escucharla. Y ahí está la teletienda, fomentando las visitas extendidas con mágicos colchones inflables.
Y entre tanta propaganda mandona y cruel en el cartel, yo grito con mis diez dedos estas ocho ganas de hablarte que me asoman por los pies. Evocando sin mi boca tu imagen al otro lado del sofá. Y entonces te miro, tratando de adivinar si estás despierto o dormido. 

"Este no me escucha"; "este ya se cansó"; "si será cabrón". 

Y de pronto me lanzas un conguito, de la misma forma en que te hubiera gustado tirarle una tiza a la “seño” y no te animaste. 

Ahora se escucha una persiana que se baja. Me volteo y me hago la sorprendida porque ya no estás. Y entonces pienso que hubiera sido lindo sentir tu abrazo mientras se cerraba una ventana. Porque me gusta oir ese ruido todas las noches. Es como de invierno, de que todo termina pronto, aunque solo sea por un rato... 

Pero esta noche no te llamo. 
No soy tan patética. 
No.

1 comentario: